En 2001, la Comisión Rumsfeld del Congreso de EEUU advirtió del peligro de que el país sufriese un pearl harbor espacial, un ataque sorpresa que destruyese una parte importante de los satélites estadounidenses volviendo vulnerable a la superpotencia. Entonces también se planteó la existencia de una amenaza “seria y real” para los satélites que provenía, no de otra potencia terrestre, sino de las tormentas solares.
La sobrecarga energética producida por una llamarada de la estrella puede quemar los sistemas electrónicos de los satélites o producir señales falsas que saquen al artefacto de su órbita.
Una supertormenta durante el máximo solar en 2012, se convertiría en un tsunami interestelar con consecuencias descomunales para todo el planeta.
Una supertormenta durante el máximo solar en 2012, se convertiría en un tsunami interestelar con consecuencias descomunales para todo el planeta.
Este es uno de los riesgos estudiados en un informe recientemente publicado por la Academia de Ciencias de EEUU titulado Sucesos extremos de clima espacial: entender el impacto económico y social . En él se advierte de los peligros que plantean este tipo de fenómenos en una sociedad cada vez más dependiente de la tecnología.
“Ahora somos más vulnerables que nunca”, afirma el investigador de la Universidad de Extremadura José Manuel Vaquero. “La gran tormenta de Carrington de 1859, la más intensa que se conoce, pudo dejar sin telégrafo durante un tiempo a las personas de aquella época, pero el impacto fue insignificante comparado con el que podría tener una tormenta así hoy”, indica.
Sin electricidad
Uno de los principales peligros mencionados por el estudio es el que amenaza a la red eléctrica. En 1989, una intensa tormenta solar dejó sin energía a seis millones de personas durante nueve horas en Quebec (Canadá). Con las infraestructuras actuales, más interconectadas y, por lo tanto, más vulnerables, un evento similar afectaría a 130 millones de personas en EEUU. “Para las compañías eléctricas españolas, como estamos en latitudes relativamente bajas [la protección del campo magnético de la Tierra frente a la radiación solar es menor cuanto más cerca se está de los polos], no debería haber complicaciones”, explica el investigador del CSIC en el Instituto Astrofísico de Andalucía José Carlos del Toro. “Otra cosa es lo que sucede con los vuelos que pasan por el polo”, añade.
Desde hace una década, las rutas aéreas que se acercan al Polo Norte son cada vez más frecuentes. Entre 2007 y 2008 pasaron de 5.300 a casi 7.300. La ausencia de viento de cara y turbulencias en esta región del planeta permite transportar más pasajeros, más carga y reducir la duración de los vuelos. Sin embargo, en el polo no es posible utilizar los sistemas de comunicación vía satélite empleados normalmente por las aerolíneas.
El sistema empleado en latitudes tan elevadas son los enlaces de radio de alta frecuencia, un sistema que las tormentas solares intensas pueden incapacitar durante varios días. Para las compañías aéreas, a diferencia de lo que sucedía hace diez años, es necesario tener más en cuenta las predicciones de los satélites que vigilan la actividad solar para poder limitar estos efectos.
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